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Émilie du Châtelet (Pequeñas biografias)



Hace tres siglos, el 17 de diciembre de 1706, nació Émilie du Châtelet, cuyo nombre completo era Gabrielle Émilie Le Tonnelier de Breteuil (marquesa de Châtelet) quien habría de convertirse en una de las primeras mujeres científicas de la era moderna, traductora de Newton al francés y difusora de sus teorías.

 Su padre, un aristócrata francés, se encargó de proporcionarle una educación amplia y esmerada: además de esgrima y gimnasia, recibió clases de matemáticas y física, y estudió varios idiomas, llegando a dominar perfectamente el latín, el inglés y el italiano. En 1725 fue casada con el Marqués du Châtelet, un aristócrata provinciano y oficial del ejército francés, con quien Émilie procreó cuatro hijos, de los cuales les sobrevivieron dos. Como no faltaban las guerras en esos tiempos, el Marqués pasaba largas temporadas en el frente de batalla, mientras su esposa frecuentaba la Corte de Versalles, cuyo ambiente lujoso y mundano disfrutaba plenamente. Allí se hizo de muchos amigos y no pocos amantes, como era costumbre entonces; además, se apasionó por los juegos de azar, lo cual le acarreó serios problemas financieros durante su vida. Pero su verdadera vocación fue la filosofía natural, a la que contribuyó en forma destacada. Dos décadas antes del nacimiento de Émilie, el gran sabio inglés Isaac Newton había publicado, en latín, los Principia Mathematica. Esta obra marcó el inicio de la física como una ciencia exacta al mostrar cómo la naturaleza obedece leyes matemáticas precisas y bien establecidas. 
Así, su autor logra describir con exactitud el movimiento de los planetas a partir de una ley universal de la gravitación. Sin embargo, a pesar de sus éxitos evidentes, la física de Newton encontró bastante resistencia en la vieja escuela científica del continente europeo, que se preocupaba más por una explicación mecánica de la gravedad que por una descripción cuantitativa precisa de los fenómenos naturales; la principal crítica contra el autor de los Principia era que estaba introduciendo una misteriosa “acción a distancia” entre los cuerpos gravitantes. Todavía, en esos tiempos, la mayoría de los sabios franceses seguían aferrados a la física de Descartes, con sus torbellinos cósmicos que arrastran los planetas, sus materias sutiles y densas, y sus partículas que se enganchan unas a otras. 
Alrededor de 1725, el gran literato francés Voltaire, uno de los máximos exponentes del Siglo de las Luces, visitó Inglaterra y residió allí cerca de tres años. Si bien no llegó a conocer personalmente a Newton, le tocó asistir a su funeral y, según su propio relato, quedó hondamente impresionado por el hecho de que Inglaterra, a diferencia de su propia patria, honrará a sus sabios y los enterrara con honores dignos de un rey. Voltaire no entendía de matemáticas, pero intuyó la importancia de la obra de Newton y se propuso divulgarla en Francia con la ayuda de sus amigos científicos y en contra de los cartesianos de la vieja guardia. Para fortuna suya y del desarrollo posterior de la física, el destino hizo que se encontrara con la Marquesa du Châtelet.
Émilie y Voltaire se conocieron en 1733 en una función de ópera y, de inmediato, surgió el gran amor entre ellos. Voltaire tenía entonces treinta y ocho años y una merecida fama de poeta y filósofo. Ella, por esas fechas, tomaba clases de matemáticas con Maupertuis, sabio renombrado —había medido la curvatura de la Tierra— y galán de la corte de Versalles Émilie no fue ajena a sus encantos, pero lo dejó por Voltaire, quien habría de convertirse en el compañero de su vida.
Trabajó frenéticamente en la traducción de los Principia de Newton, sabiendo que tenía pocas probabilidades de sobrevivir a un parto dada su edad y las condiciones sanitarias de su época; cuentan que no solía dormir más de dos horas al día. Al mismo tiempo, el fuego de la pasión la consumía: se conservan más de ochenta cartas que escribió a su amado en Lorena, a las que éste contestaba de vez en cuando sin mucha inspiración. En agosto de 1749, la Marquesa regresó a Lorena y dio a luz una niña. Tal como se temía, contrajo una fiebre puerperal que la condujo a la muerte la noche del 10 de septiembre. Alrededor de su lecho de muerte estaban reunidos Voltaire, Saint-Lambert y su marido el Marqués; Voltaire, agobiado, maldecía a gritos a Saint-Lambert: “¡Usted me la mató!” Ese mismo día, en la mañana, Émilie había terminado la traducción de los Principia de newton.
La versión en francés de los Principia fue publicada póstumamente en 1759 y es, hasta la fecha, la única traducción aceptada en ese idioma. Sirvió de fuente de inspiración para los físicos y matemáticos franceses de la segunda mitad del siglo XVIII. Mientras sus colegas ingleses se empantanaban en las demostraciones geométricas del gran Newton, los continentales desarrollaron la física en una versión basada en el cálculo diferencial, culminando en la magistral Mecánica analítica de Lagrange y la Mecá nica celeste de su discípulo Laplace.
La misma Émilie escribió a guisa de apéndice a su traducción, en colaboración con Clairaut, uno de sus tutores científicos, un largo comentario en el que atacaba diversos problemas de física, como la forma de los cuerpos rotantes, el origen de las mareas y la refracción de la luz. La edición original está precedida de un prefacio de Voltaire que empieza así: “Esta traducción, que los más sabios hombres de Francia deberían haber hecho y los demás tienen que estudiar, una mujer la emprendió y la concluyó para asombro y gloria de su país”. Y que termina diciendo: ”Así como debemos maravillarnos de que una mujer haya sido capaz de una empresa que demandaba tantas luces y un trabajo tan obstinado, así debemos lamentar su pérdida prematura”.

Articulo sobre la vida de Émilie du Châtelet



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